UNA MIRADA MÁS PROFUNDA A LA ORDENACIÓN DE LA MUJER #08: EL ESPÍRITU SANTO DECIDE

por Ty Gibson

El momento en el que estamos, en el contexto de la iglesia, las Escrituras articulan un sacerdocio de todos los creyentes, ofreciendo una lista de dones espirituales que cada miembro puede poseer para el avance del evangelio (Romanos 12; 1 Corintios 12; Efesios 4). Cuando Pablo presenta estas tres listas, él no ofrece ninguna restricción basada en el género. Él no ofrece una lista a los hombres y otra lista a las mujeres. Solamente hay una lista para todos. Cada miembro de la iglesia está invitado a descubrir su propio don. Y luego, después de nombrar varios dones, Pablo dice esto:

“Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere” (1 Corintios 12:11).



“Solamente Él decide qué don cada persona debe poseer” (NLT).

“…como Él determina” (NIV).

“…y dando lo que Dios desea dar a cada persona” (GW).

Entonces, como leemos en la lista bíblica de los dones espirituales, no debemos estar sorprendidos si, por ejemplo, una mujer profeta surge en la iglesia. Y si no estamos sorprendidos por una profeta que sea mujer, por qué estaríamos sorprendidos por mujeres que sean predicadoras, evangelistas, y “pastoras” (Efesios 4:11)? Después de todo, Pablo no estipuló calificaciones de género, y abiertamente nos informa que el Espíritu Santo no está sujeto a los parámetros o restricciones que nosotros como humanos podríamos imponer. Aquí, de nuevo, como en la afirmación sobre el liderazgo eclesiástico, estamos en el peligro de crear reglas hechas por hombres para restringir el movimiento del Espíritu de Dios. Pero hagamos la pregunta seria:

¿Quiénes somos para dictar quién puede o no puede recibir cualquiera de los dones espirituales en particular?

Si el Espíritu Santo quiere levantar a una mujer para ser una líder política o militar en Israel, como en el caso de Débora, ¿quiénes somos nosotros para decir que Él no puede hacerlo?

Si el Espíritu Santo quiere llamar a una muchacha adolescente para ser su profeta en un tiempo cuando las mujeres ni podían votar ni ocupar cargos públicos, como en el caso de Elena G. de White, ¿quiénes somos nosotros para decir que ésta es una mala idea?

Si el Espíritu Santo decide que una mujer llamada Febe tiene lo que Él esta buscando para que ella sea diakonos en la iglesia de Roma, ¿por qué habríamos de tratar de interponernos en su camino?

Si una mujer joven se te presenta, como una recientemente se presentó a mí, con la convicción en sus ojos y pasión en su voz, y dice: “Estoy tan enamorada de Jesús y siento el llamado del Espíritu Santo a predicar el evangelio, plantar una iglesia y guiar a las personas a conocer todo sobre Él”, ¿estamos realmente preparados para decirle que esa convicción que ella siente no es del Espíritu Santo?

Pablo dice “solamente el Espíritu decide qué don cada persona debe tener.”

Nuestra parte es reconocer y hacer posible lo que Dios está haciendo, y no imponer reglas y restricciones que no se encuentran en ningún lugar en la Biblia. Sí, si hubiera una regla bíblica sobre el tema, deberíamos obedecer esa regla. Pero como no la hay, ¿por qué nos sentiríamos libres de crear una regla? No somos los dictadores de las reglas. ¡Dios sí lo es! Y si Él quisiera que tuviéramos una regla sobre este tema, Él nos lo habría dado.

Entonces…

Evaluando los datos bíblicos, estos nos impulsan a la conclusión de que la Biblia no dice que las mujeres deban ser ordenadas, como la Biblia tampoco dice que las mujeres no deban ser ordenadas. Y ese es el punto que todos nosotros necesitamos mantener en nuestras mentes y corazones, si vamos a ser honestos con la información inspirada a nuestra disposición. Hacer cualquier afirmación de que la Biblia establece un mandato moral a favor o en contra de la ordenación de las mujeres es simplemente ir más allá de lo que las Escrituras dicen en realidad.

Y aún en la base del concepto de liderazgo y 1 Timoteo 2 y 3, hay aquellos que están insistiendo en que la ordenación únicamente de los hombres constituye una verdad bíblica sobre la cual la fidelidad y la infidelidad serán determinadas. Esto nos lleva, como pueblo, a un lugar muy serio y peligroso, no solamente por la división que inevitablemente causaría tal posición, sino también por cómo interpretaríamos las Escrituras en general. Si vamos a permitir como pueblo estar divididos por una insistencia de que la Biblia prohíbe la ordenación de las mujeres, entonces habremos esencialmente entregado a la iglesia al dictado de las fuertes opiniones de un grupo, mas allá de lo que está escrito en la palabra de Dios.

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